domingo, 17 de octubre de 2010

DOS PERSONAJES DE IMPOSIBLE OLVIDO



Con el escritor alcalaíno Guillermo García Jiénez y el rapsoda Isidro Gómez, que ya pasaron al otro lado del espejo. Han dejado un magnífico legado en le historia y la poesía. Gente de una gran calidad que supieron  alimentar la amistad con la exquisita sensibilidad. Con quien tanto he visto y vivido  entre la luz y la sombra del mundo. Supieron pronto que tanto el halago como la mala crítica ayudan a superarse. Lo mismo que las acciones de la gente clara como falsa.  Eso lo apredí bien de éstos dos grandes maestros inolvidables.



EL TIEMPO SUELE DESPINTAR LA MEMORIA

 JESÚS CUESTA ARANA

Con el mapa metereológico revuelto, inclemente el tiempo en la atmósfera y en las entrañas doloridas como la soledad del aire que se comporta, la mano de la Parca tachó el último día de la vida de Guillermo García Jiménez. No sin antes darle aviso en larga y perezosa enfermedad que se aquerenció en la fragilidad de su cuerpo; convertido ya casi en una pavesa a merced del viento. Cuando vi a Guillermo -por última vez- en la calle Ancha algecireña me pareció una escultura de cristal que fuera romperse de un momento a otro: “ Va uno por la calle ya con un bastón y un cartel en el pecho donde pone muy frágil”. Y sin embargo, por dentro se oía el sordo murmullo de su torrente de vida ; de jugar al trompo con la memoria todavía fresca como la fuente romana de la Salada de Alcalá de los Gazules donde arrancó a la vida en al año 1926.



Guillermo García, viniera como viniera los vientos, no perdió nunca el hilo y seguía dándole alivio al sufrimiento escribiendo sus memorias - hasta el último aliento– retratando letra a letra lo que fue su vida en la vida. Para contar que bajo su sosegada apariencia y fe de carbonero había mucha fogarata; lágrimas de penas y alegrías. La historia en la niñez y en la flor de la edad no fue generosa, ni buena, ni justa con él: sufrió en primera persona las trágicas sombras de la guerra. Del “triste fregao” del 36, como decía Rafael el Gallo. Sacaron a la madre, Ana Jiménez, al rayar el alba solo por bordar una bandera contraria a la idea de los facciosos. Ana. como una Mariana Pineda alcalaína, inocente; una niña encanecida a la que “se llevaron” para vestirla de fuego y muerte aliviando el aire del crimen el sonido de la alondra madrugadora y los gallos como relojes de sangre alertando más la noche que el amanecer. Y luego vino la lágrima junta del desconsuelo; de la herencia de los dos frentes sangrientos. La larga guerra de la posguerra. El silencio sobre fondo negro con banderas victoriosas al viento sobre el grito terrible “¡Viva la muerte!” de un general atrabiliario y como un colador por heridas de guerra. El exilio interior. Y Joaquín Jiménez –el hermano de Guillermo y muchacho de la guerra – rumbo a la Argentina, por predicar ideas krausistas y malos ejemplos a los trabajadores sin pan, ni sal y ni aceite. Huyó Joaquín una mañana camino de la mar con su Quijote debajo del brazo marcando con lágrimas sus pasos ateridos. Con acento porteño regresó .Disfrutó casi nada de la tierra que le dio la primera luz… Al poco tiempo se fue para siempre. Cambiando su retrato por otro retrato de aire.



Así que, Guillermo, –como en novela trágica– , vive de cerca y sufre la muerte el exilio, la sinrazón, la hambruna; la injusticia, la libertad sin vuelo, sin alas y a pesar de los monstruos goyescos del sueño de la razón, poco a poco fue echándole miel a la vida viajando por los sueños compartidos con Catalina, su mujer y Antonio Jesús, Francisco y Ana Beatriz, sus hijos .Entendió Guillermo siempre que los números rojos y negros de los almanaques no cesaban de trabajar y había que echarle azogue a los espejos sombríos. Con la niñez rota y arrullado por almas nobles, fue el hombre , –poquito a poco– con escaso equipaje, un día perdido tomar el primer tren que pasara para canjearlo por el tren de hojalata donde viajó entre la magia y las ilusiones su infancia. Fue a hacerle frente a la vida sin más arreos que un lápiz y una cuartilla de papel para recrear los fantasmas vividos.



De Alcalá de los Gazules voló a Algeciras para nutrición del cuerpo y el alma si fuera posible. Cambió la hosca realidad pasada por la fértil imaginación innata y se puso a revivir el tiempo perdido y encontrado. A rescatar el aire vivido; pero eso si: sin rencor. Recreo más la escampada que la tormenta .Borró la sangre a base de tinta. Y narró su vida entonándola con retazos de luz y huyendo de las sombras espesas. Prefirió a Charlot o a Peterpan que a los soldaditos de plomo. Cultivó amigos aquí y allí. Cinco libros escritos (Estampas algecireñas ,Capricho árabe, El Castillo de los Gazules. Lamento campesino y Los Barrios ); un fajo grande de artículos donde trataba de cine –su gran pasión– ,arte, música clásica, remembranzas, conferencias, y todo lo que emanara fina sensibilidad. En fin: intentó recomponer con elegante pluma un collage de sentimientos contrastados de la niñez escapada.



Como en e verso del Fabio en su Epístola moral, Guillermo, “igualó la vida con el pensamiento”.



Esto, no elegía de urgencia, cosa que abominaba Guillermo. Por eso he tardado meses en escribir éstas líneas para la imborrable memoria de un hombre que escribía tan bien como bueno era y que se desviva con la amistad y la pasión a sus dos paisajes: Alcalá de los Gazules, el de la niñez, y Algeciras el del hombre Dos soles que iluminó su vida. Dos astros que alejaron como la cruz de sal a la tormenta,- –en la superstición popular– las malas sombras que no dan fresco sino dolor.



Una tarde soleada de invierno –con el sol frío– en la Plaza Alta de Algeciras, entre el vaho de las entrañas y el humo del café,con la mirada perdida, quién sabe sin en los rincones o en las ferias de su infancia, le oí decir, mientras en su semblante se esbozaba una sonrisa parda:”El tiempo suele despintar la memoria ”. Sé más o menos lo que quiso decir. En su caso la memoria animó y animará los cinco colores del arcoiris.. La memoria de Guillermo se hará siempre eso : memoria.




MANO A MANO EN LA AMISTAD








Antonio Casado Puerto con Jesús Cuesta Arana. Un claro ejemplo de amistad que nunca la apaga los los vientos - que a veces soplan fuerte- del tiempo. Nos encanta a los dos la vida y milagros de Alcalá y siempre que nos vemos terminando buscando al amor de una copa de vino el tiempo perdido. De aquellos días vividos con el sol de la infancia siempre apretando. Siempre fuímos pájaros pegados a la tierra pero; aunque no se nos notaran las alas,volábamos a lo más alto para ver el mundo lo pequeño que a veces se nos quedaba. Gracias Antonio por darme siempre el ánimo y la consideración de un amigo al que quiero de verdad.

2 comentarios:

Antonio Casado dijo...

Ha pasado mucho tiempo desde esta primera foto ¿verdad?

http://mialcala.blogspot.com/2007/03/te-reconoces-en-ella.html

anbegaco dijo...

Me ha encantado encontrar este texto tuyo,por sorpresa en internet.No lo conocia .Mil gracias por tus palabras,fuiste importante en la vida de mi padre y ver que se le recuerda me emociona mucho.Besos.