sábado, 2 de abril de 2011

LA HUELLA DE UN RETRATO


JUAN BELMONTE,LA HUELLA DE UN RETRATO

(Líneas que remata mi biografía Juan Belmonte,la huella de un retrato inspiradas en el retrato -arriba- que pinté para ilustrar la obra)


                                                                       (El viejo Pasmo,obra de Jesús Cuesta Arana)




Voy a pintar un retrato a Juan Belmonte, el lienzo blanco es viento que ya se toca.
Por la masa de la sangre noto un temblor viejo, me tiemblan ligeramente las piernas como a los cantaores de tabernas; algo seca tengo la garganta; me está rezando por dentro el miedo que precede a la faena.
Por el ventanal que mira al sur noto el aire meciendo las copas de la arboleda de enfrente. Los pájaros y un cuco sonando.
En el cielo de manto de Virgen, el chorrillo de humo aborregado de un reactor transverbera una pequeña y solitaria nube.
Abro la ventana para que entre el fresco de la mañana. A lo lejos, un hortelano que siembra con fe la patata y de repente arranca a cantar un gallo con las agujas del reloj mareadas. Un gallo atrasado. Y allá abajo al pie de la añeja higuera una yegua blanca lame a un potrillo negro que se deja querer. Y la música barroca de la loca estación suena en el campo. Y los colores se inflaman de luz y la sombra se templa a medida e va descargando el día.
Vaya retratar al fabuloso torero tal como lo he sentido escrito; pongo el pensamiento como sombra del sentimiento.
Empezaré a garabatear sin rumbo la tela blanca y el carboncillo irá cortando el are. la atmósfera, el sonido negro de la soledad que uno encuentra. La soledad que - ere la sensibilidad. Carbón y tela blanca para rastrear la memoria de un torero asistido por la sombra luminosa de Peter-pan que jamás quiso ser viejo.
Y olvidaré de que ahora no puedo tener cuerpo, como un día le dijera el maestro a torerillo que empezaba. Ya no tengo cuerpo, sólo tristeza, mucha tristeza. Y me aré de la primavera y de sus pompas (de jabón).
Dispongo la tela en el caballete, en la paleta reza la pintura fresca, vaya retratar al hombre que nunca vi, un hombre al que no puedo recordar ni vivo ni muerto.
Quizás sea el primero que escribe un libro sobre Juan Belmonte sin haberlo visto discurrir en carne y hueso. Larga es la memoria y largo es el sueño y larga también el pena de un hombre que fue fogarata en el monte y que jamás de los jamases se resignó a ser ascua mortecina entre la ceniza.
No hace falta procurar el silencio, lo voy a retratar como yo sé entre la fragua y el barro. El día y la noche. Y con su odiada vejez.
Empiezo...




REMATE CON MEDIA DE RAFAEL DE PAULA



Un tiempo después,–una primavera– Rafael de Paula visita mi estudio. Caía la tarde. La hora preferida de Belmonte. Un nube con ligeras vetas rojizas se metaforfoseaba en cabeza de toro. Mientras en un ventanal el gitano de Jerez me formaba la Música callada del Toreo que le dedicara José Bergamín. Luego le enseñé mi retrato – ya terminado- sobre Juan Belmonte. Se produjo un largo silencio. Al fin el torero con mas duende de la historia rompio el silencio: ·todo lo que tiene arte tiene duende y todo lo que tiene duende tiene arte”. Otra vez el silencio y el remate final; “Aunque el soplo interior no hay nada que pueda con e´l,ni siquiera el arte, porque su vuelo nunca baja a la tierra”. “Todo empieza por las palmas de las manos y luego se va corriendo por el resto del cuerpo. “Juan Belmonte tenía mucho soplo por eso toreaba como toreaba. Yo lo vi en Gómez Cardeña, ante una becerra y la forma de presentar y templar tanta la capa como la muleta,se te queda clavado en la mente como,como esos cantes que sale de las profundidades y te arrebatan el alma. Juan Belmonte no templaba al toro,sino era el toreo el que se templaba con él. Hay toros que lo pare la vaca con el temple.”

Luego el torero de Jerez se asomo a la ventana y casi en sun sususro dejó caer:

“Ya está aquí. Ya está al caer la noche con su lunario y sus pájaros distintos”. No hay que olvidar que los primeros pitones que los primeros toros de Belmonte fueron en el plenilunio. Y al lubrican un disparo sobrecogio la soledad de Gómez Cardeña, espantado a las golondinas del nido. Vino con la vida y se fue con la muerte en primavera –un mismo més de abril con setenta y dos años por medio. ¿Una casualidad?




UNA VERSION DE DON TANCREDO CON BURRO



Jesús Cuesta Arana






El gran Batata con su borrico dispuesto a entrar en acción.

Aunque el hombre se lo tomara muy en serio, en la boca de la gente era un torero bufo. El Batata –que así se motejaba- era una pirámide de salero y buena zumba. Era la posguerra – el hambruno año 40- y había que procurarse el potaje como fuera; aunque ello supusiera tener en el cuerpo a todo un cónclave de cardenales y no del Vaticano precisamente. Vivía en una chocilla de castañuela en el ejido de Alcalá de los Gazules, sin más compañía que la de un cernícalo pirujo y un borrico todo una matadura que lo mismo hacía las veces de caballo de pica que cargaba arena o lo que fuera menester siempre con honra y buena disposición.


Cuando llegaba la feria, caían algunas perras en el bolsillo, actuando en los espectáculos cómicos-taurinos; aunque él dijera tan pancho: “que más quisiera Belmonte y Joselito juntos ser él!”


“Con picardía en la vida también se hace el pan”, era la filosofía recia del Batata, que no era un pícaro de los tiempos de Quevedo, no.Era más bien un tipo ingenioso que tenía que calentar la barriga, sin hacerle a nadie ninguna esaborición.


Asi que, azuzado por la gazusa le dio pábulo al caletre e inventó una nueva suerte en el toreo cómico . La estatua verde. Con ramas de acebuche, hojas de coles y lechugas se forraba tanto él como su borrico. Y…¡al ruedo!. Parecía una estatua ecuestre o borricuestre de Archimboldo, el singular pintor renacentista que componía el retrato de personajes utilizando motivos frutales y vegetales. Batata solía acentuar su estatua verde con una gran rama de naranjo o limonero con sus frutos que llevaba a guisa de estandarte. Era digno de ver. Se ponía la plaza a reventar. Nadie se quería perder la gesta. El pueblo se despoblaba en la vieja Plaza del Paseo de Mochales – de apropiado nombre, mochales significa loco- de Alcalá de los Gazules. Llegó el momento, en el centro del ruedo, con la proverbial quietud de don Tancredo (El Rey del Valor) aparecía la estatua con todo su verdor. No se movía ni una hoja. Menos mal que el viento de levante estaba echado. Por la boca del toril salió un torete bufando y con mucha fiereza. El ánimo suspendido en el público .Se paró por un momento la rechifla general. El animal dio varias vueltas al ruedo hasta que se fijó en aquel bulto en forma de árbol raro. Se fue acercando y acercando. Escalofrío en los cogotes y el corazón en un hilo de araña. Desenlace: el torete también acusó el signo malo de los tiempos –andaba escurrido de carne– y en un visto y nos visto dio en zamparse con ansiedad el verdor de la estatua, Sin apercibirse el animalito que debajo de aquel tocante camuflaje había carne de pitón. Si se dio cuenta el torete prefirió llenar antes el jergón que hacer la puñeta. De embestir o de cornear ya habrá otro día.


Aquella tarde,-cuentan los viejos- que sacaron en hombros al Batata y al borrico también. Es la primera vez –no hay constancia de ello- que un pobre burro sale por la puerta grande.


Tanto al batata como al borrico moruno, le costaron muchos costalazos y mas de una vez volvieron a la choza con los huesos hecho una granada.


Cuesta mucho triunfar; aunque uno haga de don Tancredo con todo su estoicismo y vestido de hojas verdes ante un toro “esmayao”.

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