LA VOZ Y EL BRONCE
Rompe la noche. Una brisa venida de la punta más fresca de la estrella
de los vientos alivia el día, –ya en la memoria– de la flama que todavía embiste bien, a pesar
de que el sol duerme su primer sueño. El descanso de los abanicos y el cielo
arriba con sus fieles luces da anuncio de que algo sublime va a pasar. Día 25
de julio de 2019. El premio, o mejor el regalo
de una Medalla de Oro con la efigie de la Petenera está a punto de posarse,
en un vuelo inmóvil, a la vera del corazón de Rocío Márquez. La universal
cantaora huelvana se sienta y se siente en Paterna de Rivera para dejar escapar
por el aire el duende de su acaudalada voz. Un prodigio. Dicen que las musas
provienen del mapa celeste, mientras que los duendes arrancan desde la tierra
como un aire vegetal. A Rocío le soplan por igual todos los soplos interiores
vengan de donde vengan. Así que no tarda en descifrar el misterio hecho cante.
Suelta al vuelo la lágrima del cante “sentío” para remover la interioridad de
las almas que la oyen, otra lágrima
conjunta: la emoción.
Parece
mentira que en un cuerpo tan frágil, en apariencia, precioso,
fino; pura elegancia natural quepa tanto desgarro, tanto rompimiento y
tantísimo grito ancestral. No es de
extrañar, –¡claro
está!–
que deje el alma suspendida al público arracimado en la placita paternera,
temblorosa por el eco de su voz.
Rocío
Márquez, después de unos palos contrastados, desbordada en cada tercio, sabor y
saber a raudales, se arranca por petenera ¡ En Paterna de Rivera! Sentadita en
una silla flamenca que litúrgicamente
ella eleva a trono, cierra los ojos, como dejándose amar y se va paso a paso rumbo a ninguna parte, donde el
interior la lleve. ¿Más magia?... ¿Imposible! Va dibujando con la voz, con trazos
cada vez más ardientes, la siempre enigmática Dolores la Petenera, hasta
traerla, casi tangible, a la memoria del público asistente. Para que luego
digan que el misterio no se puede decir. Rocío Márquez lo dijo en Paterna
iluminada por la sombra de la Petenera. Para rematar el cuadro va y se lo
dedica: “A Jesús Cuesta Arana, artistazo, autor del monumento a la Petenera”.
Tanto ella como el escultor tienen una misma fe en el ARTE, caminan siempre
juntos, desde hace unos años, por el corazón encendido de la amistad. Tanto
ella como él saben –desde el vientre materno– que el arte es largo, profundo y que para
emocionar hay que emocionarse. Arrimarse, en definitiva, a esa luz prodigiosa
que no se ve que es la magia.
La cantaora
y el escultor, una noche de julio, por día señalado de Santiago, se hicieron,
por unos instantes, almas gemelas, ella desde la voz imponente y él desde
bronce milenario, para sentir el pellizco, el sarpullido interior que deja la estela, la pena honda con flecos de
tragedia legendaria de una mujer que duerme, desde la profundidad del tiempo,
el misterio de los misterios: Dolores la Petenera, donde hoy todavía su sombra
sigue yendo a por agua fresca al pozo Medina rumiando su pena interior.
Jesús Cuesta AranaHe escrito éstas líneas,con la emoción todavía galopando por mis mapas interiores.
Gracias Rocio, una constelación de gracias,una infinidad.
Secuencias de la universal Rocío Márquez, cantando por petenera, dedicada a Jesús Cuesta Arana o a uno de sus amigos que más la admira.
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