UN OJO EN LA MIRADA
Joaquín Hernández (Kiki) con Jesús Cuesta Arana en la exposición conmemorativa de su nombramiento como académico en el Palacio de la Diputación Provincial de Cádiz.
JESÚS CUESTA ARANA
Joaquín Hernández (Kiki), de la misma manera que ilustra la vida, la vida lo ilustra a él. Y al final, – ¡lo que son las cosas! –, desemboca en Ilustrísimo Señor. Su justo y encomiable ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, así lo confirma.
Joaquín Hernández (Kiki), de la misma manera que ilustra la vida, la vida lo ilustra a él. Y al final, – ¡lo que son las cosas! –, desemboca en Ilustrísimo Señor. Su justo y encomiable ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, así lo confirma.
Junto
a Kiki en un retrato familiar, –azogue y lumbre a la imaginación –, posan todos
los fotógrafos gaditanos, escritores de la luz, del ayer y hoy, con los mismos afanes conjuntos; aunque
los tiempos sean distintos.
Las
imágenes al fin y al cabo no permanecen inmóviles, sino que empiezan como
nosotros a volar por el tiempo. A la
contemplación de la obra de Kiki se palpa que se entiende mejor con el lenguaje puro, en
blanco y negro, sin adobos coloristas y sensacionalismos. De modo que recrea toda una
atmósfera auténtica repleta de intensidad y drama. Descifra, magistralmente,
que el valor testimonial de una fotografía no está reñido con la estética o el
acento personal, en una suerte que entona los latidos de la tierra con los trabajos y los días.
Joaquín
Hernández Conde (Kiki), de Cádiz, del barrio del Balón por más señas. Siempre
con su remoquete, –como su cámara al cuerpo–, a través del universo cotidiano
del Diario de Cádiz, retrata la vida misma
y sus sombras luminosas o con sus luces sombrías. Desde la tragedia al carnaval;
el Cádiz CF, los acontecimientos
sociales, espectáculos; los gritos, silencios y susurros de la calle. De
la gente áulica o de poder a la gente
humilde. De las alegrías de Aurelio o la Perla; la saeta de Pericón o Chano al
cante fragüero de los Donday. En fin, todos los sentidos y sentimientos en
claroscuro del pueblo. La historia y la intrahistoria junta en un mismo álbum.
Se dice que todo está en los libros, como todo está en las fotografías de Kiki.
En un inmenso mural con temperatura humana y emociones contrastadas.
Como un epígono de los viajeros románticos, desde
Cádiz del alma, allende los mares; en el son y brisa hermana de Cuba, “las
calores africanas”, los remotos vientos asiáticos se pinta el mapamundi del
titirimundi del ya Ilustrísimo Señor
Kiki.
Y
lo más grande para engrose y continuación, aún más, del valioso legado, su
esposa Carmen y su hija Rocío, se desviven en el mismo amor y oficio por el
arte y la magia de captar la fugacidad del momento y la memoria-pan de cada día.
La
vida y el arte vienen del mismo sitio. Totalmente de acuerdo con la reflexión
de Katherine Mansfield: “Ser leal con la vida es ser bueno, sincero, sencillo y
honrado”. A la lectura de ésto: ¿Quién no se acuerda de Kiki? ¡Parecen palabras escritas para él!
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